jueves, 10 de enero de 2008

Carbón de Espino

El hacha mostró su rostro al nubarrón que oscurecía el valle, sin brillo y con la sangre blanca que acababa de ser robada del árbol que ya comenzaba a morir.

El frío fierro fundido no sintió ningún remordimiento en volver a caer y romper una y otra vez al indefenso vegetal. Cada golpe agotaba la vida, cada arremetida era un poco más de muerte.

La rigidez del metal era un reflejo del caparazón frío del alma del leñador. La flacidez del tronco café y añoso, demostraba el sentimental espíritu que se aprontaba a abandonar el agonizante cuerpo leñoso.

Sin embargo, lo más triste de todo era comprender cada idea que recorría la mente del imponente monumento de palo, su angustiante mirada era un claro atisbo del temor que sentía al ver la muerte tan cercana.

El solo hecho de pensar que sus restos seguramente terminarían alimentando a una hoguera con mechas de amarillo quemante, además de salmones y azules obsesivos, le hacia enfriar el aliento.

Cada vez que hinchaba sus pulmones, sentía como las espinas del temor despedazaban su carne, tanto o más fuerte que cada golpe de hacha.

Mientras, sin cuidado del asesinato que se estaba llevando a cabo, un pequeño niño – de esos tantos infantes anónimos de mocos colgando y carita sucia con tizne de

carbón- se revolcaba en el suelo simulando ser un arquero de fútbol.

Para cualquier extraño que pasare por el lugar, este pequeño universo le debiera haber parecido a lo menos curioso, y como no serlo, si estaba compuesto por un mocoso de rodillas negras de tanto chuño, que pretendía ser guardametas, sin pelota y sin arco, además de un árbol que lloraba su propia muerte, y que se revelaba por no tener la capacidad de arrancar sus pies de la dura tierra para defender su gustosa vida, y por último un leñador mecanizado en dar golpe tras golpe, como si diese muerte a su peor enemigo.

¡Ya niño de mierda! – dijo el leñador con su voz ronca y mal cuidada – anda a molestar a otro lao, que ya no ma’ te va a llegar un machetazo por la caeza.

El pequeño, sin mostrar una facción de disgusto por el reto, tomó su balón imaginario y se largó junto a la hinchada que vitoreaba su nombre y lo consagraba como el mejor ataja goles del mundo fantástico.

El hombrón, se detuvo para recuperar fuerzas y de paso hacerle el quite al sol que estaba más quemante que los mismísimos hornos de carbón que se levantaban como volcanes de barro estucado por todo el rededor. Cogió un tacho minero – regalo de su taitita que en las épocas malas se iba a los pirquenes, los cuales en una pésima jugada se convirtieron en su tumba – y arrancó un poco de agua de la acequia que regaba las pocas hectáreas que había dejado el río después de su última crecida.

El campesino sin ningún miramiento ocupó la misma sombra del espino moribundo, se bebió el agua del tacho de un solo gran sorbo, y luego comenzó a despotricar en contra de todo el mundo. Este gobierno de mierda que se ha olvidado del pueblo – refunfuñaba con sus amarillos y cariados dientes apretados – y don Juan que de seguro que ya nos cagó con la plata de la cooperativa. Y tu, espino de porquería, me hai teni’o toda la mañana cortándote.

Y pensar que he creci’o junto con tigo – dijo en voz alta el corpulento trabajador de la tierra, dirigiéndose al árbol - y que naciste tal como yo, por una azar de la vida – se respondió a si mismo - si po’ ... si mi vieja tenía 15 años no ma’, y el taita se empotó con ella, y bueno aquí estoy tratando de matarte pa’ vivir, tratando de matar a un amigo – sentenció irónicamente el campesino.


El árbol de espino, respiró profundo (sintiendo el dolor de la agonía y de la muerte cercana que no tenía vuelta atrás), y sin poder modular palabra alguna se preguntó por qué debía morir de manera tan poco digna.

Elevó sus ojos nublados con lágrimas de autocompasión y miró a su victimario. El espino lleno de impotencia, por primera vez en su vida reconoció la traición.

Recorrió detalladamente cada músculo de su agresor. Los gruesos y negros brazos que observó; menos esperanzas le otorgaban, la espalda gigante, que retenía cada bocanada de aire puro, más le aterrorizaba.

Al observar la rama más gruesa del Espino, quedaba en evidencia las marcas de los juegos infantiles que había colgado gustoso durante muchos años, ay, estos mocosos que me tienen todo encorvado, pero ay de mi si eligieran otro árbol – decía en la época de sus tiempos mozos y de mucha vanidad, dado que en sus cercanías se mostraban erguidos almendros, higueras y molles.

En tanto, algunos metros más allá, el pequeño futbolista cambiaba su oficio por el de carbonero, al igual que su padre, su abuelo y el papá de su abuelo. Con orgullo de carbonero le explicaba a otro niño – de esos que solo él podía ver – que el secreto de un buen carbón de espino, está en ir taconeando los hoyos del horno a medida que la leña se consume en el fuego. Sabí – agregó el pequeño – este horno lo construyó el abuelo de mi papá, cuando todo lo que puedes ver, y más allá de ello, incluso hasta donde está el mar, era de unos viejos ricos de la capital que decían que esta era la casita de veraneo del fundo – explicó repitiendo de memoria las palabras de su buen y preocupado padre.

En la actualidad la gran hacienda, no existe, dado que en los tiempos en que el pueblo tuvo el poder, sus tierras fueron entregadas a quienes realmente las trabajaban, a aquellos campesinos que se descrestaron desde que la luz se posaba en la tierra, hasta que el sol desaparecía tras el horizonte, solo para que los patrones tuvieran una vida europizada. Desde aquel entonces el espino se encargó de dar sombra a la miserable casita que los patroncitos de esas épocas les entregaban a los ingratos y revoltosos campesinos.

Tanto es el tiempo que el espino llevaba enterrado, compartiendo con los seres humanos y con esta familia en particular, que fue testigo del momento exacto en que su asesino – de unos 35 años de vida – fue engendrado. Pero como puedo saber que tu realmente me amas – decía suspicaz un ardiente muchacho, a una pequeña niña, hoy por hoy extinta – solo hay una forma de saberlo mijjita. Total lo hacimos parado y así jamás vas a quedar preñada – argumentó el descontrolado adolescente, quien con una calma total convertía en astillas el primer lecho conyugal de sus padres.

A su vez también presenció, cuando el hijo se convirtió en padre. Además observó los dramáticos sucesos de una noche sin estrellas, en la cual, una guagüita fue enterrada a sus pies, como si fuese abono para la tierra y luego como un grupo de perros hambrientos la descuartizó hasta no dejar nada de ella.

Tal como en las leyendas, la luna se escondió aquella maldita noche para no mirar, la aberración de un padre ignorante y desnaturalizado, que tras años de humillantes violaciones, se convirtió en padre del hijo de su hija, al cual tras el primer suspiro de vida (la enfermiza vida que le esperaba), le quitaron la oportunidad de vengar su mal nacimiento. Después una piña de perros hambrientos, tras el olor de la sangre fresca, sintieron el cuerpecito indefenso, y quizás quien sabe, aun con vida. Los canes vieron en él la posibilidad de hacer valer sus descontentos con los seres humanos que tantas penurias les habían provocado.

¡Chico! – gritó el malhechor – traete el cordel pa’ tumbar el espino.

El Arquero – carbonero, corrió sin cesar hasta el granero (lugar donde guardan las herramientas) cabalgando en su corcel de escoba, dejando a su pasar una estela de polvo que describía la calaña del temerario jinete.

Una vez con el cordel en sus manos el campesino hizo un lazo, de los mismos que usaba para pillar a los terneros más chúcaros y engancho la punta del espino, tomó nuevamente el hacha y golpeó con fuerza bruta la base del ya inconsciente árbol. Sujetó el cordel y guió la caída del gran pedazo de leña hacia un lado distinto de su pequeño hogar.

Papá,¿para que lo cortaste? – preguntó el mocoso.

Para hacer carbón – respondió el leñador.

Pero si esta lleno de espinos en todos lados – contraatacó el niño.

Bueno, acaso éste no uno más – se defendió el campesino.

Si pero este era mi amigo, y tuyo también – argumentó el infante.

El silencio invadió todo el campo, los recuerdos, la casona del patrón, la casucha de los empleados, el río, el cerro, los pájaros, la eternidad y a los dos parlantes.

Hijo – dijo el adulto, interrumpiendo el sagrado silencio – no te preocupes, es simplemente un árbol.

El árbol permaneció en el mismo lugar, tirado como basura, durante exactamente un año, el sol, la luna, la lluvia, el calor, la nubes, todo pasó por sobre él, incluso el despertar sexual de un pequeño, el último retoño de esta típica familia.

El mismo niño, ahora sin imaginación, cogió un hacha y comenzó a despedazar la madera, la hizo pequeños troncos y los metió en un horno, aplicó fuego y comenzó a tapar hoyo tras hoyo, para de esa manera hacer un buen carbón de un simple árbol. De un árbol que guardó todos los secretos de una historia de una familia que no tenía nada que contar. De un árbol que cansado de sufrir, se dejó incinerar, gritando con resignación su dolor, el cuál, ahora como carbón de espino lo tenía condenado a pasar de fuego en fuego, quemando sus últimas esperanzas e ilusiones.

FIN

4 comentarios:

Anónimo dijo...

creo que había leido una parte...

para variar bien.... al principio algo bruto (eso me parecio)... sin embargo a medida que avanzaba y leía se fue poniendo mas fino en tu descripción. que te puedo decir fue impactante a momentos...

Anónimo dijo...

La siguiente línea la encuentro genial: "...sin brillo y con la sangre blanca que acababa de ser robada del árbol que ya comenzaba a morir." La sandra blanca que acaba de ser robada.....espectacula...hermoso.

El resto es un poco confuso...Muchas ideas de fondo para un cuadro descriptivo que no las soporta.

Alejandro

Anónimo dijo...

Realmente asombroso que bien escribes muy entretenida la historia

Anónimo dijo...

la historia es brutal, no tiene ningun sentido de salvacion, tanto para el hombre como para el nino, muchos modismo campestres no entendible en espanol internacional una historia parecida al arbol de alicia bombal de argentina, muy buena idea de la vida campestre en chile en los anos 50-80, o peor aun esta vigente. la idea del arbol habla del afan del autor de salvar la naturaleza, y el hombre por que dejo al arbol sin hacerlo carbon, que paso a el.