¡Cállate! Volvió a reiterar el hombre a la mujer.
Cuando su voz dolida e impotente terminó supo que esta historia ya no continuaría. Ella, inmadura como una niña, humedeció sus ojos, giró y se largó... se fue lejos del lugar perdiéndose en la muchedumbre.
“Niña Callase... callese mi niña” repetía sumergiéndose en una autoflagelante actitud. Sobre el microbus, ella por primera vez en silencio, pensó con rabia que él jamás volvería a escuchar su voz.
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