lunes, 24 de diciembre de 2007

Los ojos secos no existen y la memoria no olvida

Ya habían pasado varios años y me di cuenta nuevamente de mi estado erróneo. Si en algún momento pensé que los sentimientos de amor, cariño e incluso de locura se habían agotado, estaba errado, quizás confundido. Era tanto el tiempo transcurrido entre nosotros que aquellos ojos declarados en algún momento secos, incapaces de botar lágrimas, estaban nuevamente húmedos y peor aun, dispuestos a llorar... otra vez más.

Cuando la divisé, la duda no tuvo lugar, era ella, caminaba con la certeza de siempre, con aquella desesperante seguridad de saberse indiferente a todo, es decir no tener preocupaciones. Fue en aquel tiempo cuando creí que no querer nada libera de muchas presiones y ella en particular, eso lo manejaba a la perfección, pero debo reconocer que nunca supe si esa liberación la hacía feliz o no, al menos su mirada no reflejaba satisfacción.

Mis recuerdos se hicieron carne, mi piel se erizó, fue igual como la primera vez que nos hablamos. Mis manos temblaron, tal cual cuando vi como se escapaba tomada del brazo de otro sujeto. Mi cabeza se desordenó, al igual que cuando estuve en su vida, cuando fue solo para mí por algunos días. Pero lo peor de todo fue revivir los cuestionamientos, tal como cuando comencé a asumir su partida. ¿Por qué ese ser tan hermoso estuvo conmigo? ¿Por qué me eligió? ¿Por qué esa entidad tan maldita decidió destruir mi vida?.

Varios años atrás mientras paseaba pretendiendo acelerar el tiempo, la vi por primera vez. Aquella vez comprendí que era una mujer con una presencia paralizante. Detenía todo a su alrededor, (En realidad solo me paralizó a mí y aun no era una mujer tan solo era un niña que jugaba a ser grande).

La observé durante muchos segundos, y no tardó en girar su rostro y fijar su mirada en mí. Yo solo supe ponerme nervioso .Con el tiempo siempre me sorprendió con actitudes de aquel tipo... sabia cosas que nadie más era capaz de comprender.

Vestía de ropas holgadas y andrajosas, colores opacos, en tanto su pelo era oscuro, negro como la noche y poseía un mechón azul que dejaba en claro su particularidad, no era cualquiera. El mechón se perdía en su ondulado pelo. Rostro blanco como la leche derramada. Flaca –desnuda se veían sus costillas- con bellos pechos que luego supe cabían en la palma de mí mano.

De aquel primer encuentro, pasaron días. Para mí en lo personal fueron largos días. Estuve sentado en el mismo banco horas y horas soñando con volver a encontrarla. Al no saber de ella entré en un estado de colapso, leía todos los días la prensa, pensaba que alguna desgracia le podía haber sucedido. De los 12 hechos fatales registrados ninguno correspondía al de la muchacha que a esa altura me quitaba el sueño y el aliento.

A la tercera semana, ya con el alma derrotada y también mi ingenio, apareció, era como una burla, debía dejar de buscar para hallarla. Me volvió a mirar a los ojos, esta vez no con la seguridad de la maravillosa a impactante ocasión anterior.

Se acercó desesperada, su mirada pedía ayuda, cayó desvanecida en mis brazos. Al recibirla, me di cuenta de su polera manchada en sangre… había sido acuchillada.

Ese momento lo recuerdo, porque cuando huyó de mí, de nuestra relación, pensé mil veces en hacer lo mismo (acuchillarla, matarla) y en realidad de a poco me fui convenciendo que, quien intentó matarla antes, fue alguien que corrió la misma agridulce experiencia que yo, pero sólo tuvo más determinación.

Teniéndola en mis brazos, primero dudé en pedir ayuda, creía que casi por divinidad “Esperanza” como pronto me enteré era su nombre, había decidido morir entregada a mí. No obstante, y quizás por esa cobardía que siempre me invade, no supe resistir mi destino y grité rasgando mi garganta en sangre ¡ayuda!.

Fue así como conocí a Esperanza. Siempre me he cuestionado, entre muchas otras cosas, por qué no acepté mi destino y la dejé morir. Tal vez, fue justamente por retar al universo que todo luego salió tan mal.

Al verla hoy, me fijé que nuevamente iba del brazo de alguien, pero no era quien la desagarró de mi vida. Esperanza, repetía mi cabeza, mas mis labios no fueron capaces de salir de su inmovilidad y gritarle o tan sólo hablarle.

Cuando hacíamos el amor, siempre susurraba su nombre “Esperanza”, tal vez por que nunca perdí aquella sensación de obtener su amor, y dejar de ser solo quien la salvó de la muerte. Ella pagaba con su hermoso cuerpo mi gran acto de cobardía… mi rebelión contra el destino ¡debió morir en mis brazos!.

Cuando salió del hospital, me pidió si la acompañaba a su casa. En todo el camino no hizo más que reclamar contra el hijo de puta del delincuente y lo malo de la atención en el hospital. “Con tanto dolor mejor me moría” repetía a cada instante. También me miraba, sonreía y me decía pero “tu eres mí ángel, Me salvaste la vida”.

Una vez en su hogar, casa de gente rica, pero no su familia como se encargó de aclarar de inmediato, intentamos descansar. Para mí esa aclaración solo generó dudas, no sabía si no era su familia por falta de amor o exceso de vergüenza de su vida llena de lujos o realmente no compartían la sangre.

Ya oscureciendo se recostó en su cama. La miré con tranquilidad, fue la primera vez donde tuve tiempo de fijarme en sus detalles, en sus pequeñas manos, el lunar, acompañante inseparable de sus labios, en sus ojos café claros. También me percaté de mi eterno silencio mientras la acompañaba, tan solo había estado a su lado y callado, lo que al parecer a ella no le molestaba. Peor aun, mis palabras más elocuentes fueron “quieres descansar, si quieres me retiro” y ella antes que terminara de modular mí frase, reclamó mí compañía no quería estar sola. Me invitó a su cama.

La acompañé durante 3 días. Jamás la toqué, solo me dediqué a admirarla. Luego me preguntó si no tenía otra cosa hacer, ella creía necesario que me marchara, así lo hice. Me pidió no buscarla, dijo que ella lo haría.

A pesar de mí pena no emití juicio y esperé días y días, pero en esta ocasión no la busqué, ya sabía que hallarla no estaba en mis posibilidades. Y cumplió, llegó me tomó del brazo en la calle y me dijo al oído “mí ángel, te vas conmigo”… corrimos por una calle de cielo de árboles y tomamos de una botella de vino, llegamos a su casa y sin reparos me besó, se desnudó, sin palabras comenzamos a hacer el amor.

La tomé como si fuese lo más delicado que hubiese sostenido en mis manos, sentí su suave piel. Vi como lo oscuro de mi cuerpo, hacía su silueta brillar en la oscuridad. Con curiosidad y miedo toqué sus senos, besé su cuerpo, entré en ella.

Con el paso de los minutos, ella tomó mis manos, las apretó con fuerza, tensó todo su cuerpo, sentí como su estomago cosquilleaba, como la energía de nuestro amor (al menos para mí lo era) recorría su cuerpo tal cual un líquido quemante, como nos conectábamos… como ella se conectaba con sus sensaciones... como en besos interminables nos hacíamos uno, como se asfixiaba por que no había aire para respirar, como sus mejillas se calentaban, como su sexo se humedecía y sus pechos hervían agigantados… como su cuerpo comenzaba a relajase. Y justo cuando ya no era capaz de tener más placer, sus sentidos y los míos se embargaron en éxtasis.

Sentía sus sentidos agotados, sentía su cuerpo tembloroso, sus labios secos y su cuerpo flotando. Luego ebrios por el alcohol dormimos desnudos y queriéndonos, más bien queriéndola.

Esos fueron tiempos maravillosos, lamentablemente no perduraron, su entrega de amor era tan inestable como su emocionalidad y racionalidad, en momentos era imposible de seguir.

En esa época por primera vez en mi vida fui perseverante y estuve ahí... resistiendo estoico cada embate de su forma de ser... por qué si ayer me odiaba, hoy simplemente no podía estar sin mí. Es importante dejar en claro que jamás me pidió disculpas, simplemente parecía otra persona quien me miraba a los ojos de un día a otro y esta simplemente no supo que unas horas antes había basureado con mi persona.

Todos estos recuerdos llevaron que el volver a verla provocara en mí un estado de ansiedad ¿Habrá cambiado? ¿Será ahora la oportunidad para amarnos?.

Tal vez nunca me tomó realmente en cuenta justamente, en realidad yo jamás intenté que lo hiciera, jamás le pedí que fuese mía, tan solo estaba ahí para cuando ella me necesitaba. ¿Pero por qué me dejó de necesitar?

Hubo un periodo en que nos veíamos prácticamente a diario, parecíamos dos enamorados apunto de casarse. No obstante todo comenzó a declinar cuando de muy mal genio me gritó “me embarazaste hueón”. Verla enojada no impidió que me sintiera el hombre más feliz del mundo, sería padre ... tendría un hijo con la mujer más hermosa... con un alma libre... el chico se llamaría como yo, mi padre y mi abuelo.

Dos días después me despertó muy cariñosamente, irradiaba alegría, era una mujer feliz y me dijo “mi angelito, está todo bien, ya lo perdí”, se dio media vuelta y se marchó... en la puerta la esperaba un tipo alto, contra el cual físicamente no podía hacer nada. El tipo simplemente se la llevó. De aquel entonces hasta hoy, no la había vuelto a ver.

Esperanza, era una mujer libre.

Y cómo reacciono ahora, si mi gran sueño en estos largos años ha sido volver a encontrarla.. volver a estar con ella y casi como un poeta existencialista he prometido en mil ocasiones que cambio toda mí felicidad por tenerla sólo un momento, aunque sea jugando a que todo es como antes.

Giró su rostro, me miró, caminó en mi dirección... no pude respirar más, todo nuevamente se detuvo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantó Saludos Carolina Tapia